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Sociedad 29.06.2020

Un buen hombre, un mejor amigo

"Se me fue un amigo, así lo siento. Lo conocí en San Luis en un camping de la juventud socialista a la que me invitaron para disertar sobre el ingreso a la universidad. Estaba presente con su esposa, Silvana Codina. A Hermes le había gustado que me enfrentara a los jóvenes insistiendo en la importancia del estudio más allá de cupos y quejas", escribiò para Perfil, Tomás Abraham.

Fuente: Perfil por Tomás Abraham

Se me fue un amigo, así lo siento. Lo conocí en San Luis en un camping de la juventud socialista a la que me invitaron para disertar sobre el ingreso a la universidad. Estaba presente con su esposa, Silvana Codina. A Hermes le había gustado que me enfrentara a los jóvenes insistiendo en la importancia del estudio más allá de cupos y quejas.

Se inició una relación de años. Me gustaba su silencio. Es raro encontrar a un político que habla poco y que lo que más quiere es escuchar. Respetaba una virtud que en él era excelsa: su honestidad. Era austero hasta la tacañería. Bien suizo. Para él el socialismo era una religión. Una vez Silvana me dijo que no podía estar en su casa en camisón porque siempre había un socialista. En Rosario a los socialistas los llaman los mormones.

Me interesaba lo que pensaba y sus opciones ideológicas. Pertenecía a la rama del Socialismo Popular fundada por Estévez Boero, por lo que no congeniaba con el socialismo liberal que cuando ve a un peronista hace un exorcismo. También me gustaba que fuera un hombre práctico. Nada de discursos sobre el bien y el mal, la justicia y la equidad, la corrupción y la transparencia, retórica de saldo para congresos y asambleas, sino medidas prácticas que solucionen problemas que aquejan al pueblo. Era médico y sabía de política sanitaria. Llevó a cabo grandes obras en esa materia, desde laboratorios gestionados por el estado provincial, sanatorios con tecnología de punta, unidades clínicas de atención inmediata. 

Era valiente. En 2001 estaba en la calle recibiendo quejas, insultos, agresiones por una política de la que en nada era responsable; impertérrito, asistía a las asambleas, en el lugar en que estimaba que debía estar siendo intendente de Rosario.

Una vez me dijo una frase que no voy a olvidar: “Me pusiste en un brete”. La palabra “brete” era muy graciosa. Me la dijo por una reunión a la que me invitó cuando era gobernador, junto a su gabinete, en la que despotriqué contra los radicales, sus aliados. Otro “brete” fue el del congreso nacional del Frente Progresista en la campaña de 2011, en el que me pidió hacer el discurso inaugural, y dije que por la rosa roja que tienen por símbolo los socialistas merecía que se constituyera una juventud que se llamara “La Sarmiento”, que compitiera con La Cámpora. Sus aliados de la izquierda popular comenzaron a gritar “¡Chacho Peñaloza! ¡Chacho Peñaloza!”. Otro brete. 

Nuestra relación tuvo un par de bretes que no impidieron de su parte una generosidad siempre igual. Otra vez en la que hablábamos de nuevas alianzas, esta vez con Pino Solanas, con las que yo estaba de acuerdo, me dijo: “Varios chicos juntos no hacen un grande”. Sabía responder.

Cuando algo le caía mal, no decía nada, pero su silencio se escuchaba de otro modo, cortaba.

Me divertía con él, podía decirle lo que pensaba sin protocolos. Él escuchaba. Le decía que debía dejar de hablarles de tambos a los porteños que compraban la leche en el súper y viajaban atestados en trenes y no en un tractor. Cuando mostraba su preocupación porque su partido carecía de mitos, y yo le decía que se olvidara de eso, que lo que nos faltaba no eran mitos, ni mártires, ni héroes, sino ideas, nos mirábamos en silencio sin saber dónde encontrarlas.

De seguridad no entendía nada. Era ingenuo, como toda persona de bien, es decir, creía en la educación como antídoto del delito. No conocía el mundo de las drogas. Pensaba que hablando con los padres y maestros, y de su responsabilidad, se podía contener a los jóvenes de la tentación de perderse en la adicción.

Después de las elecciones de 2011, me retiré de la dirección del Cemupro, el centro de estudios que quise organizar para colaborar con él para que fuera presidente de la Nación, lo seguí viendo un tiempo más. Nos juntamos a hablar. Me transmitía su preocupación por el Frente Progresista. Le sugería que dejara de perder el tiempo en almuerzos con inútiles, con profesionales de la política que solo rosquean, especialistas en intrigas y en versear. Le dije que estudiara, que estuviera solo analizando los problemas del país, y que designara a unas pocas personas, especialistas en temas prioritarios para el desarrollo nacional, con la finalidad de comenzar a elaborar un programa político alternativo al vigente.

Me respondió que no podía concentrarse, que lo angustiaba estar solo. Muy poco tiempo después renunció a la dirección del Frente Progresista sin que nadie supiera por qué, y desapareció de la política de un día para el otro. Es posible que ya supiera algo de la terrible enfermedad que padeció los últimos años.

Binner nos dio mucho, fue un intendente cuyas obras todos recuerdan, en sus cuatro años de gobernación la Casa de Gobierno estuvo abierta y solo pensó en el bienestar de sus com-provincianos. Un buen hombre, un mejor amigo.

“Buscar lo que es verdadero no es buscar lo que es deseable”

Albert Camus