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Deportes 08.10.2018

Domingo inolvidable vivieron en Bs. As. los tailandeses rescatados de la cueva

Clarín compartió la jornada con los adolescentes que sufrieron aquella tremenda experiencia y pasaron un día especial en los Juegos Olímpicos de la Juventud.

Fuente: Clarín

Fueron 17 días de angustia. De incertidumbre. De silenciosa desesperación. De oscuridad absoluta. De hambre y de sed, apenas engañada por las gotas que se escurrían por las grietas y podían tomar. Y de la única certeza: que se tenían los unos a los otros. Doce chicos y un entrenador tailandeses vivieron lo peor de sus vidas cuando fueron a hacer un recorrido habitual a la cueva Them Huang Nang Non, en un corredor montañoso al norte de su país. Esa cueva que los raptó durante más de dos semanas.

Estaban a 4.000 metros de la salida a la salvación y el mundo se mantuvo a la expectativa de su destino. Del 23 de junio al 10 de julio, día en que salió el último grupito, sólo sus mentes y sus corazones saben lo que pasó por sus cuerpos. Ahora que la vida les fue devuelta, sólo queda disfrutarla. Y eso hicieron este domingo inolvidable, durante el cual Clarín los acompañó en el contexto de los Juegos Olímpicos de la Juventud.

Los chicos tailandeses se bajan del micro en la puerta del Museo de River.Foto: Silvana Boemo

Los chicos tailandeses se bajan del micro en la puerta del Museo de River. Foto: Silvana Boemo

Eran ​las 9.42 cuando sus ojos brillaron al bajar del micro que los llevó al Monumental. Los acompañaron sus padres y miembros del Comité Olímpico de su país. En total, una delegación de 37 personas.

Entraron por la puerta del Museo de River y fueron recibidos por el presidente Rodolfo D'Onofrio y por Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, jefe y vicejefe de Gobierno porteños. Un guía del museo les dio la bienvenida en inglés y ellos sonrieron ante cada detalle, traductora de por medio. Clarín, además del Canal Olímpico, era el único medio en la intimidad de la visita.

 

 

 

 

Con el correr de los minutos, los chicos se soltaron. Al pasar por al lado de la locomotora que simboliza la mítica delantera conocida como "La Máquina", no entendían mucho qué hacía un tren en el medio del museo de un equipo de fútbol, pero poco les importaba. Ellos querían jugar.

Los chicos tailandeses, en el Museo de River.Foto: Silvana Boemo

Los chicos tailandeses, en el Museo de River. Foto: Silvana Boemo

Salvo uno o dos, no entienden inglés, pero aquellos que no lo hacen igual le respondían a este diario con el pulgar para arriba para definir los primeros minutos del paseo, mientras caminaban por el anillo interno.

 

La primera gran reacción se dio cuando entraron al vestuario visitante y vieron, prolijamente acomodados, los uniformes completos alternativos de River con sus nombres impresos.

Pese a que habían traído consigo las camisetas de su equipo, los Moo Pa(Jabalíes Salvajes, en tailandés) estallaron en un aplauso conjunto y gritos de alegría. Ya querían salir a jugar. Al cabo, es lo que hacen. Es lo que sueñan.

Los

Los "Jabalíes Salvajes", a punto de empezar a jugar en el Monumental. Foto: Silvana Boemo

Y jugaron nomás un partido con los chicos de la escuela de River, que los recibieron con un pasillo y aplausos cuando, tal como los profesionales, salieron por la escalinata al campo de juego. Para ellos, era la final del mundo.

El partido entre los tailandeses y chicos de River.Foto: Silvana Boemo

El partido entre los tailandeses y chicos de River. Foto: Silvana Boemo

En el vestuario, Ekkapol Jantawong, el entrenador de 25 años que parecen menos, había mostrado que la cosa iba en serio: sacó una tablet y en una canchita les enseñó a los chicos lo que esperaba de ellos. Hizo lo propio al finalizar el primer tiempo, cuando el partido iba 1 a 1 con un gol que él mismo había convertido, pero esta vez con botellitas de agua sobre el césped.

Los padres de los tailandeses alentaron desde la platea.Foto: Silvana Boemo

Los padres de los tailandeses alentaron desde la platea. Foto: Silvana Boemo

El partido terminó 3 a 3 y todos estaban felices. Los padres de los chicos, exultantes. Desde la platea Centenario baja, se hicieron locales en River al grito de “¡Thailand, Moo Pa!”. Cada uno llevó una remera celeste con un dibujo de los chicos y, en la espalda, arriba del simbólico número 13, la inscripción "Thanks to the whole world" ("Gracias a todo el mundo”). Que alguien les vaya a intentar explicar que ese número se asocia a la mala suerte…

 

Los pibes se fueron a los vestuarios luego de saludar a la tribuna para compartir un tercer tiempo con sus rivales. Y su día seguiría bajo el sol que tanto extrañaron en la cueva.

En el Paseo de la Costa, donde se desarrollan las competencias de BMX Racing y el patín carrera, los esperó nada menos que Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, que decidió cursarles la invitación a estos Juegos de la Juventud y les hizo un especial reconocimiento en la ceremonia de apertura del viernes, en la avenida 9 de Julio.

Cuando se juntaron con el titular del olimpismo en uno de los pasillos emplazados sobre el pasto, todos cerraron un puño y apoyaron el índice de la otra mano sobre el mismo. Es un gesto que los define: “Unidos como uno”.

"Unidos como uno", es el gesto de los tailandeses junto a Bach. Foto: Germán García Adrasti

Posaron para las fotos, pero luego se metieron en la carpa del área de invitados y ahí la reunión fue sumamente privada: los 13 tailandeses, tres miembros del Comité Olímpico de su país y Bach, repartidos en pequeños sillones y puffs.

Jantawong recibió justo en ese momento una llamada. O la hizo. Es indistinto. Pero en su voz, aunque no se comprenda el idioma, se distinguía un sonido que no denota otra cosa que alegría, sorpresa y emoción. Quizás le estaba contando a alguien que se encuentra viviendo un sueño.

 

Bienvenidos, gracias por venir -arrancó el presidente del COI-. Espero que lo disfruten mucho. ¿Hasta ahora todo va bien? ¿Están cansados?”.

“¡No!”, le respondieron a coro, al tiempo que cada uno recibía una bolsita con sánguches de jamón, queso y tomate, o pollo y lechuga. A uno de los más chiquitos, por su cara, está claro que algo no le gustó. Mordisco va, sorbito de agua viene, empezó el diálogo entre Bach y los pibes.

Thomas Bach, con los tailandeses en Vicente López.Foto: Germán García Adrasti

Thomas Bach, con los tailandeses en Vicente López. Foto: Germán García Adrasti

-¿Qué les pareció la ceremonia de ayer?

-Fue muy impresionante y emocionante y nos puso muy felices. Nunca habíamos imaginado algo así. Vamos a buscar experiencias acá y queremos ser olímpicos algún día.

-¿Qué les gustó más?

-Los tipos que se tiraban del Obelisco. La que bajó con la bandera.

-¿Se aburrieron? No vale decir que se aburrieron con los discursos.

-(Risas) No, nos gustó todo.

 

Algunos de los chicos empezaron por las bananas o los budines antes siquiera de probar algo salado. Uno le contó a Bach, campeón olímpico de esgrima, que practica ese deporte. Otro le preguntó cada cuánto son los Juegos de la Juventud.

Pero el momento de mayor calidez llegó cuando el alemán les preguntó por aquellos días. Sin invadir, sin buscar recuerdos dolorosos, consultó muy brevemente. Y el entrenador de los chicos le contó: “Lo principal que les dije fue que teníamos que estar tranquilos. Los hice meditar para que sus cabezas no estuvieran ocupadas pensando que les podía pasar algo malo. Y siempre tuvieron fe”.

El encuentro emotivo entre los tailandeses y Thomas Bach.Foto: Germán García Adrasti

El encuentro emotivo entre los tailandeses y Thomas Bach. Foto: Germán García Adrasti

Es el momento en que las gargantas se anudan, el momento en que no se puede evitar pensar en esas más de dos semanas en las que estuvieron atrapados. El mundo entero quiso ayudarlos. Hasta un rescatista -Saman Gunan, de 38 años- dio la vida por ellos: se le terminó el oxígeno y no sobrevivió en uno de los viajes por las profundidades de la cueva.

“Imagino que deben estar muy agradecidos, pero les aseguro que nosotros estamos más agradecidos con ustedes por la muestra de coraje y fuerza que dieron al mundo”, les dice Bach.

Para descomprimir y volver a las risas, el "1" del COI viró el timón de la charla.

-¿Es un buen entrenador?, pregunta con una sonrisa cómplice mientras apunta con la cabeza a Jantawong, quien está sentado a su izquierda.

-¡Sí!-, responden todos.

-Me están diciendo la verdad, ¿no?

-Bueno, a veces habla mucho, responden varios para causar las risas generalizadas.

 

Después de que los chicos le pidieran a Bach que haga dupla con el entrenador si algún día llegan a los Juegos Olímpicos, los miembros del Comité le dijeron a los pibes que le enseñaran al presidente su grito característico. “¡Soo!”, espetan, así, con “u”. “A luchar”, significa.

Después de preguntar quiénes son los arqueros del grupo y quiénes los atacantes, le contaron que uno de los nenes hizo alguna vez más de 10 goles. “¡Guau! Yo sólo llegué a 5 en un mismo partido”, respondió Bach, lo que despertó aplausos de los chicos. “Pero no podía llegar muy lejos porque sólo jugaba con la izquierda. Si usaba la derecha, me rompía todo”, agregó. Y hubo más risas, claro. “Nosotros entrenamos para saber patear con las dos”, le respondieron.

El afecto para los tailandeses fue mundial.Foto: Germán García Adrasti

El afecto para los tailandeses fue mundial. Foto: Germán García Adrasti

-¿Y ahora qué quieren hacer?

-Quiero ver el ciclismo.

-Yo quiero ir al patín.

-¡Yo quiero ver a Messi!

-Uh, en eso me vas a tener que perdonar, porque hoy juega en Valencia, España-, responde Bach, demostrando estar muy actualizado, para pesar del pequeñín que soñaba ver al crack del Barcelona.

"Tengo otra cosa para ustedes", les dijo el alemán.
Le pasaron una batería de bolsas azules con los cinco anillos y los chicos sacaron de ellas una gorra, un #Pandi de peluche, pines de los Juegos y un reloj. El último obsequio causa un gran “guaaaaau” de los chicos.

Dos chicos tailandeses que fueron rescatados de la cueva observan un celular en Vicente López.Foto: Germán García Adrasti

Dos chicos tailandeses que fueron rescatados de la cueva observan un celular en Vicente López. Foto: Germán García Adrasti

"En nombre de todos los Jabalíes Salvajes, queremos agradecerle su generosidad y su invitación. Nunca imaginamos que nos pasaría esto. Estamos realmente muy agradecidos”, le comenta el entrenador para finalizar el encuentro, en el que intercambiaron saludos respetuosos y reverencias.

Afuera, a los chicos los esperaban los padres. Cuando Bach los vio, se les acercó y, después de sacarse unas fotos, les habló: “Deben estar muy orgullosos de sus hijos. Y agradecidos. Pero es el mundo el que les agradece a ellos. Ustedes tienen muchas razones para estar orgullosos y ahora tienen muchas razones para disfrutar de estos Juegos”.

Y es así. Ya pasó el sufrimiento. Ahora es la hora de vivir.

“Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas”

Paul Auster