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Sociedad 03.04.2017

Los libros de la guerra

A 35 años del inicio de la guerra de Malvinas, un recorrido por las novelas más importantes que tematizaron el conflicto.
 

Fuente: Infobae

La guerra de Malvinas es un acontecimiento que la literatura argentina casi no ha podido procesar. Alcanza con comparar el puñado de libros que abordan el conflicto con respecto a la profusión de títulos que, desde diferentes géneros, miradas y estilos, retoman el terrorismo de Estado. Pero esa escasez, sin embargo, no se trasluce en la importancia de los textos. Ricardo Piglia decía que el tema de los novelistas era "la relación entre lo privado y la esfera pública": es en esa tensión donde se juegan los libros más destacados sobre la guerra de Malvinas.

Tal es el caso, por ejemplo, de 1982, la reciente novela de Sergio Olguín (Oscura monótona sangre, La fragilidad de los cuerpos). Con una trama que comienza el 2 de abril de 1982 y se extiende por casi un año, la historia gira alrededor de tres personajes: el teniente coronel Augusto Vidal, su mujer y su hijo. "Quería contar los mitos griegos desde una visión moderna", le decía el autor a Matías Méndez, "sobre todo el de Teseo, el militar que va a la guerra. Hace muy poco me di cuenta de que ese Teseo que va a la guerra era un militar que va a Malvinas: el marido que se va y deja a su esposa, que se enamora de su hijastro".

Martín Kohan (Museo de la revolución, Fuera de lugar) también comienza el 2 de abril su novela Ciencias morales (Anagrama, 2007), pero la guerra aquí es apenas un eco alejado: sólo se oyen los festejos de la manifestación del 2 de abril en la Plaza de Mayo y las llamadas del hermano de la protagonista, que hacía la conscripción y estaba a punto de ser movilizado. La trama se cierra sobre una preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires como una manera de acentuar la claustrofobia de la época y la ceguera de quienes prefirieron no enterarse de los crímenes de la dictadura. No es posible decir que esta sea una "novela de la guerra", pero las Malvinas como el comienzo de la caída del Proceso impregna toda la historia. La novela obtuvo el premio Herralde y se llevó al cine con el título "La mirada invisible", dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Julieta Zylberberg.

Desde el fondo del mar, la guerra puede ser un murmullo tan abstracto como el que se percibe desde la Capital Federal. Trasfondo, de Patricia Ratto (Adriana Hidalgo, 2012), es una inquietante novela de guerra y espera. Y es mucho más inquietante porque está basada en hechos reales; la autora entrevistó a varios sobrevivientes para escribirla. Un submarino destartalado entra en combate sin que la tripulación se entere. La directiva, simplemente, es la de salir en campaña: "vino la orden y hay que cumplirla". Recién comprenden hacia dónde van cuando escuchan las noticias de Radio Colonia. Con un motor que recalienta, una computadora lanzatorpedos que no funciona y un "ruido con firma" (un golpeteo que sería detectado por el enemigo), el submarino avanza como un barco fantasma hacia las islas. Trasfondo es una narración exquisita un conflicto sin una pizca de épica.

¿Y si diez años después de la guerra, los militares planificaran el secuestro del Príncipe Carlos y Lady Di para intercambiarlos por las islas Soledad y Gran Malvina? Este es uno de los planes delirantes —abortado por el divorcio de la pareja real— con los que se encuentra el hacker y ex combatiente Felipe Félix al irrumpir en los archivos de la SIDE, mientras intenta librar de la cárcel al hijo de un empresario enriquecido en los 70. Las islas, de Carlos Gamerro (Edhasa, 1998), bordea el policial negro desde la sátira, la parodia y el absurdo. Lo singular de esta novela es su capacidad para evitar lo solemne sin trivializar la entrega de los soldados. Gamerro, de hecho, tiene casi la misma edad que ellos.

Dice Patricio Pron: "Malvinas, desde 1982, significa, sobre todo, 'la guerra'". Pron es el autor Una puta mierda (Cuenco del plata), novela perfecta que hace hincapié en la imposibilidad de "poner en cuestión el asesinato y la desaparición de miles de personas si no se ponía en cuestión también una guerra llevada a cabo (calamitosamente, por supuesto) por los mismos responsables y a resultas de las mismas convicciones". Pron dedicó el 2002 a escribir con la furia de quien ve desde Alemania —su lugar de residencia en aquel entonces— cómo el aniversario por los 20 años de la guerra no era tan distinto de las conmemoraciones por los 70 años del ascenso de Hitler. Pron, Sebastián Basualdo (Cuando te vi caer), Carlos Godoy (La construcción), Mike Wilson (Leñador): son los autores jóvenes que están revisando la trama bélica desde una problemática actual, comprometida con el presente.

No se puede terminar el recorrido por la literatura en torno a Malvinas sin mencionar a Los pichiciegos, la gran novela de Rodolfo Fogwill, la gran novela de la guerra y una de las más grandes novelas de la Argentina. Escrita durante la guerra —el mito dice que tardó tres días consumiendo nueve gramos de cocaína—, Los pichiciegos fue un libro profético que anticipó la derrota argentina. La historia se centra en un grupo de soldados que deciden desertar, ocultándose en una cueva como hace el pichiciego —un animal ficticio. Se ha hablado tanto del libro que sería redundante seguir sobre él, pero lo cierto es que Los pichi —como le decía Fogwill— no fue un suceso instantáneo, sino que debieron pasar varios años para que se convirtiera en el clásico que es hoy. Así lo recordaba Daniel Divinsky, el primer editor del libro, en el volumen Fogwill. Una memoria coral (Mansalva):

"Yo volví del exilio los últimos días de setiembre de 1983 y me instalé con gran ansiedad de recuperar el tiempo perdido. A los pocos días, no recuerdo si fue antes o después de las elecciones del 30 de octubre, me llamó por teléfono Fogwill, de quien yo sabía que era un escritor pero no tenía demasiadas referencias, que quería traerme un original. Lo leí de inmediato porque quería empezar a tomar decisiones editoriales urgente; no las había tomado más que por carta durante seis años. La novela me resultó fortísima, estupenda, sin ninguna arista que pudiera provocar la reacción del poder militar —que en ese momento se batía en retirada, pero se batía. De inmediato le dije que sí, que la iba a publicar, él se puso muy contento, firmamos el contrato y se empezó componer. No sé si le hizo alguna corrección. Finalmente salió y tuvo una repercusión crítica relativamente importante, pero se vendió poco. En ese momento no se vendían muchas novelas, la gente estaba muy preocupada por el devenir político, se vendían más libros de ensayo, libros de coyuntura, libros periodísticos. El tratamiento novelístico, aunque fuera de la guerra de Malvinas, no tenía una gran demanda. Más bien la gente se quería olvidar de que había habido una guerra en Malvinas, sobre todo aquellos que la habían vivido con entusiasmo patriótico sin darse cuenta de lo que pasaba en realidad. El libro había vendido poco, pero yo no me quejaba; estaba contento de haberlo publicado. Al cabo de un tiempo me enteré que el libro había circulado por una cantidad de editoriales que no se habían atrevido a publicarlo; yo venía imbuido de la libertad de expresión que había en Venezuela y ni se me ocurrió, realmente no me pasó por las mientes, que pudiera tener un problema, a pesar de lo duro que era el libro en relación con las condiciones de los conscriptos en Malvinas. Muy poco después Fogwill apareció con una pila de cuatro novelas. Yo estaba recién instalándome, todavía no había recuperado mi casa para vivir, estaba viviendo en un hotel, y de esos libros empecé a leer una novela que era, creo, sobre Evita. Me pareció muy buena pero no podía sacar rápidamente dos libros del mismo autor, para mí desconocido. Él se empezó a inquietar y un día vino y armó un escandalito diciendo que cómo se iba a vender Los Pichy-cyegos [tal el nombre original] con esa tapa de mierda que le habíamos hecho. Un disparate. La tapa la hizo Charly Boccardo: tenía una orla argentina muy delicada, un fondo ocre clarito y el símbolo del licor Tres Plumas, que era lo que tomaban los colimbas en las trincheras para calentarse —esa especie de no cognac de cuarta y barato. Yo quería que el libro se vendiera: vivía y sigo viviendo de los libros que vendo. Le dije: 'Yo no sé vender libros cuando la gente no los quiere comprar'. Las ediciones en aquel momento eran de tres mil ejemplares, no se hacía menos de un libro de narrativa. El presupuesto que te daban las imprentas hasta casi el año noventa era por tres mil y millar adicional. Él debe haber vendido mil quinientos de entrada y después se fue vendiendo el resto. En la época en que expiraba el contrato, que fue cinco años después, quedaban pocos ejemplares. Se dio por ofendido, pasó a cobrar sus liquidaciones, que tampoco fueron muy sustanciosas, y cuando se venció el contrato, decidió publicarlo en otro lado. Y así fue circulando. Lo sacó en Sudamericana —Gloria Rodrigué me llamó para saber si había rescindido el contrato con el autor y si estaba de acuerdo— después salió en Interzona y en España. Llegó a tal punto a estar enojado y ofendido que cuando vino Constantino Bertolo, el editor de Caballo de Troya, que dio una charla en el Centro de Experimentación Musical del Colón, Fogwill estuvo parado al lado mío todo el tiempo, pero miraba para otro lado. Me pareció un exceso: podía no saludarme, pero ¿mirar para el otro lado?"

“¿Qué tiempos son éstos en los que tenemos que defender lo obvio?" ”

Bertolt Brecht