El desarrollo de la crisis política, a partir del 17 de mayo cuando estalló un nuevo escándalo de corrupción –que rozó esta vez la figura presidencial—tuvo un fuerte impacto en la economía brasileña. Para amargura del propio gobernante Michel Temer, y de sus ministros, la actividad económica volvió a tumbarse en mayo con un retroceso de 0,53%.

Así lo acaba de publicar el Banco Central que mide mensualmente ese indicador, que constituye una versión muy aproximada al cálculo del crecimiento (positivo, nulo o negativo) del producto bruto interno.

Esa retracción mostró una divergencia con las expectativas que habían albergado las 24 consultoras privadas, que forman parte de una suerte de encuesta realizada por Valor- En sus estimaciones, éstas habían indicado que el crecimiento podría variar desde una baja de 0,1% hasta un avance de 0,6%.

A eso se suma que computados los 12 meses –desde mayo de 2016—la declinación de la economía fue del orden de -2,23%. O sea que las cifras anualizadas sugieren que Brasil no logró todavía salir de la recesión en la que se hundió los últimos dos años.

Pero además esa caída de mayo interrumpió una “sucesión de pequeñas subas”, según los expertos, que había despertado reacciones positivas en todo el espectro productivo. El ministro de Hacienda Henrique Meirelles buscó morigerar el golpe al reconocer que “hay todavía una serie de datos negativos, como las ventas minoristas”, pero añadió luego que es se debe a que “una trayectoria de recuperación nunca es uniforme” para todos los sectores.

Lo cierto es que esta vez falló uno de los sectores que había alentado la sensación de despegue que se sintió en abril. Se trata del campo. Fue la producción agrícola la que más empuje le dio a la contracción. A eso se sumó la baja en el comercio minorista, que fue a contracorriente de un aumento en la producción industrial y del sector servicios.

Esta trayectoria errática de la economía del país está vinculada, según los analistas, a los profundos sobresaltos políticos de los últimos dos años. Y todo sugiere que la corrosión habrá de continuar mientras persista la tremenda inestabilidad que ocasiona no saber si el mandato del actual presidente Temer se verá interrumpido. Esto explica, entre otras cosas, el fenómeno de disminución del consumo doméstico. También debe encontrarse la fuente de esa semi parálisis del consumo en los datos del empleo.

De acuerdo con el informe de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (Fiesp), la mayor federación de entidades patronales, el sector manufacturero paulista volvió a cerrar puestos de trabajo en junio último. Fueron 9.500 puestos de trabajo.

Un documento de la entidad subrayó: “En este primer semestre tuvimos tres meses positivos y tres meses negativos. Estamos en fase de transición y esperamos una recuperación del empleo industrial a partir del segundo semestre”.

La entidad agregó que “al reglamentarse la tercerización (del trabajador), más la ley que impuso un tope al gasto público, a la que se suma la reforma laboral, se armó un conjunto de medidas que deben reactivar la economía del país, dando más ánimo a las contrataciones”.

Lo cierto es que eso podría tal vez implicar un aumento de los puestos laborales si, en verdad, se estabilizara el flanco político. Este último, sin embargo, no da señales de calmarse. Desde que a mediados de mayo apareció la primera información sobre el presunto delito de “corrupción pasiva”, del que fue acusado Temer, no ha habido días de calma.

Ahora, la ansiedad oficial –y también en el nivel popular—sobre el futuro del país deberá extenderse hasta principios de agosto. El 2 del próximo mes la Cámara de Diputados tendrá que votar si acepta que la Corte Suprema investigue al presidente Temer o rechaza esa eventualidad.

En el primer caso, el de la autorización, implicaría en un inmediato alejamiento del jefe del Planalto, quien se vería obligado a dejar el cargo durante 6 meses, tiempo en que la justicia deberá decidir si es inocente o culpable.