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Ciencia y Tecnología 06.07.2017

La pregunta que nos hacemos todos: ¿quién es el dueño de internet?

De paso por Argentina el abogado chileno y miembro de Creative Commons Claudio Ruiz habló sobre el derecho de autor en internet, las redes sociales como “jardines vallados de contenido”, y la imposibilidad de escapar de la vigilancia digital

Fuente: Infobae

¿Quién manda en internet? En su momento, y como sucede en todo mercado incipiente, la oscuridad del ambiente fue propicia para que se instalaran ciertas reglas arbitrarias, pensadas desde un mundo que ya era viejo. Grandes empresas tomaron la posta, plantaron bandera y crearon, como niños caprichosos, las estructuras legales que hoy se erigen como naturales. "La fantasía de internet nos impide pensar en serio", dice Claudio Ruiz con desenfado e insistencia en diálogo con Infobae. Es abogado, activista y director de estrategia de ecosistemas de Creative Commons. "Me gusta decir que permite la infraestructura legal para que podamos compartir en internet". Creative Commons se creó en 2001 como respuesta a un modelo que no tenía en cuenta las especificidades de las nuevas concepciones de obra y autor. Así, CC permite distintas configuraciones de licencias que un autor pone en su obra. Por ejemplo "BY", que requiere la referencia al autor original, o "NC", que obliga a que se reproduzca con fines comerciales, son apenas algunas. Entre los profesores universitarios que fundaron la organización estaba Lawrence Lessig, uno de los grandes teóricos del copyleft.

Sentado en el hall del Novotel, una construcción enorme con bordes curvos que se levanta, varios metros atrás de la calle, en la Avenida Corrientes, Ruiz habla con mucha claridad porque el tema no sólo le apasiona, también le preocupa. Le pregunta a una moza que viene a ofrecer su servicio si tiene un adaptador para el enchufe de su laptop. En Argentina, usamos el tipo I, el de tres patas donde las dos de arribas están inclinadas; es una excentricidad para el mundo. Luego pide agua y cruza las piernas. "Pensamos en la nube como si fuese algo mágico, y resulta que la nube no es sino un computador que está enchufado con electricidad en una granja en Ohio. Esto es concreto, es real, tiene medios de producción concretos", comenta después. Su objetivo es tratar de desarmar las tramas que hacen que los usuarios no cuestionemos lo que consumimos. ¿Quién manda en internet? Ruiz lo tiene claro, pero empezamos por el principio.

– ¿Cómo comenzó Creative Commons? ¿Cuál era el panorama de aquel entonces?

– La idea original surgió en Estados Unidos entre un par de profesores de la Universidad de Harvard, que se dieron cuenta de que había una tensión muy difícil de resolver entre el sistema regulatorio del derecho de autor y los desafíos que ponía internet. Te lo voy a poner en un par de ejemplos. El primero tiene que ver con que los derechos de autor, esta es la regla general, se crean una vez que tú creas una obra intelectual. Pones un punto en una poesía, haces click en tu celular y ya tienes todos los derechos reservados. No tienes que hacer ningún tipo de trámite adicional para que se te concedan esos derechos que te concede la ley, que son de carácter exclusivo tuyo, por tanto puedes excluir a otros de que hagan cualquier cosa. Entonces esta foto que yo acabo de sacar con mi celular, si tú quieres hacer algo, requieres de mi permiso, y eso significa que todos somos autores en estricto rigor legal. El hecho de que hagas click con el celular te hace autor. El segundo asunto que pareció fundamental hace más de diez años es que en el sistema anglosajón el derecho de autor se denomina copyright, como un derecho de copia, y se llama así porque está pensando en el valor de la copia. Por ejemplo, si yo tengo un libro y te lo quiero prestar en el mundo fijo, no pasa nada, te lo presto y ya. Pero cuando sucede esto en el mundo digital, todo es una copia. Cada obra intelectual, cada cosa que hago en internet, se genera técnicamente una copia digital de ella. Cuando mandamos un correo electrónico se generan diversas copias en servidores. Esos dos cambios son, en mi opinión, paradigmáticos y permiten explicar por qué surge la licencia Creative Commons en un principio: como una necesidad de torcerle un poco la nariz a un sistema de derecho de autor que básicamente no estaba dando respuestas a los autores ni tampoco al público respecto a la flexibilidad de internet.

 – ¿En qué se fue transformando esa idea inicial?

Con el tiempo pasó algo mucho más interesante: las licencias Creative Commons dieron lugar a personas que comenzaron a ver en esto algo más interesante que un mero contrato legal, algo que permitía empezar a trabajar con una visión distinta, pero el problema era que Creative Commons se pensó en el principio de los tiempos para lo que sucedía en Estados Unidos, algo que no era aplicable a países como Argentina o Chile. Entonces, grupos de voluntarios en ciertos países se juntaron, tomaron las licencias gringas y las adaptaron al derecho local. Eso generó un grupo de gente que empezó a hablar en otro idioma respecto de las licencias, en otra dirección. A eso, nosotros lo denominamos comunidad global, que hacen cosas vinculadas con las licencias que no sólo tienen que ver con la herramienta legal, sino con lo que está detrás: el valor de compartir y de utilizar estas tecnologías como una oportunidad y no como una amenaza para dejar de hacer cosas que siempre hicimos, como prestarnos una obra y poder, en el fondo, gozar del acceso a la cultura y del arte que nos brinda la tecnología.

– Con internet cambia la idea de autor, pero también cambia la idea de contenido…

– Es que cambian muchas cosas, pero lo que no cambia es el derecho de autor. Entonces lo que sucede hoy día, y esto excede a Creative Commons, es que cuando tú le sigues agregando el elemento internet a la ecuación todo empieza a crujir porque no tiene sentido. Por que si cada cosa que hacemos en internet supone una copia de algo, eso quiere decir que somos piratas, y eso está mal. Lo que sucede es que de un momento a otro, una ley que estaba pensada para un mundo analógico, no tiene ningún sentido en un mundo digital. El problema está en que cada vez que aparece una reforma a la ley de derecho de autor en los últimos 70 años son cambios que no están pensados para adaptarse a esta nueva realidad sino que se los piensa para aumentar las penas frente a las infracciones. Me parece a mí que en términos legales todavía no tenemos un espacio, al menos en mi background, para conversar cuál es el tipo de derecho de autor que nos imaginamos para el futuro. Es muy claro el que nos imaginábamos hace 150 años atrás, pero no es tan claro que hoy tengamos el espacio para conversar respecto de los márgenes y los límites de un derecho de autor que queramos para las generaciones futuras. Eso me parece fundamental.

– ¿Y cuáles son las trabas que hacen que no se permita avanzar sobre estos temas?

– Cuando uno piensa en derechos de autor enseguida piensa en cantantes, artistas y en piratería, cuando la verdad es que uno de los presupuestos de este cambio paradigmático que internet gatilla está dado porque hoy día es difícil que no estemos atravesados por algún tipo de derecho de autor. Seguimos estando clavados en la discusión de artistas versus piratas, pero creo que yo que esa discusión facilita el status quo de las cosas. Además, regulatoriamente el derecho de autor no es algo que uno pueda cambiar de un día para el otro, es un entramado legal sumamente difícil porque tú puedes tener distintos titulares de derecho frente a una misma obra. Y además de las leyes de derecho de autor están las constituciones que también dicen algo en algunos países de la región, y en algunos casos también tienes tratados internacionales de carácter comercial que tienen capítulos completos, y también tienes tratados internacionales no comerciales. Si tú quieres pensar en un cambio a nivel global no basta con modificar una ley en el congreso, requiere una serie de adaptaciones al sistema legal sobre el cual está construido. Lo que ha sucedido últimamente es esta relación directa entre acuerdos internacionales de libre comercio, que a priori no tienen nada que ver con derecho de autor, y la forma en la cual los países del sur regulamos el tema, entonces generan una nueva capa de regulación que hace imposible el cambio para abajo.

La visita de Claudio Ruiz a la Argentina desde su Chile natal fue para participar del segundo encuentro de economía colaborativa y cultura libre titulado Comunes. Se llevó a cabo en el Centro Cultural de la Cooperación y el Club Cultural Matienzo, organizado por el Goethe Institut, entre el 28 de junio y el 1 de julio. La idea embrionaria fue pensar nuestras sociedades desde aspectos que cuestionen las formas de consumo y abran puentes a pensar la colaboración y la libertad. Entre los terrenos zancados, internet sea posiblemente el más novedoso. "Nos gusta hablar entre conversos, que pensamos igual y nos vestimos igual, pero ese es un problema que tenemos los activistas o los académicos o los que están en el tema", comenta, y luego agrega: "El desafío es llevar esto al mainstream. Esto es una conservación que todavía está en los márgenes del sistema pero es fundamental y clave para los próximos 40 o 50 años de nuestra civilización."

Este día, el Novotel está particularmente ruidoso. Es grande y desde el hall de la planta baja se puede ver que arriba, en un sector del primer piso, hay una especie de evento corporativo donde la mitad charla y la otra mitad mira su celular. Posiblemente naveguen en las redes sociales, den algunos likes a amigos o familiares, posteen selfies y manden tuits espontáneos. Todos, de alguna manera, son autores. Están creando algo. "El acto de creación es un acto cultural que no está determinado por el tipo de leyes que existen -explica Ruiz-. Cuando un músico crea una canción o un fotógrafo saca una foto no está pensando en qué tipo de protección la ley te entrega. El arte se mueve por otro tipo de códigos. Pero lamentablemente las leyes de autor están pensando en este rumbo, que me parece a mí, no solamente es anacrónica, sino que además no funciona."

– Si bien todos somos autores, hay ciertas diferencias que deberían tener distintos abordajes, ¿no?

– Uno puedo decir: "eso está mal, porque hay una diferencia entre quienes creamos una obra intelectual y somos artistas y el tipo que saca una foto por ahí y tiene el mismo valor que yo". Eso es cierto, pero también es cierto que en materia regulatoria el derecho tampoco distingue entre artistas aún más disímiles que esos dos ejemplos que acabo de dar. Hoy día, Shakira tiene el mismo tipo de protección legal que un académico de la UBA que escribe papers que le financia el Estado. Es el mismo tipo de protección cuando son obras distintas, autores distintos y objetivos completamente diferentes. Hoy día el derecho de autor es como un físicoculturista que continúa engrosándose, que no para nunca, y actúa también -en países como Ecuador, por ejemplo- como una herramienta de censura. Hay casos documentados: documentales críticos con el gobierno de Correa son bajados de YouTube constantemente aduciendo derechos de autor sobre la imagen del Presidente. Este ejemplo grafica bien como el derecho se sobredimensiona y toca distintas áreas. Hay aspectos mucho más perversos y de largo plazo que todavía no estamos visualizando que tienen que ver con la libertad de expresión, por ejemplo. También está esa idea que dice: "más protejo las obras intelectuales, más arte va a haber", lo que es factualmente incorrecto. Que tiene que ver con otra que dice: "si protejo de la manera en que la ley dice, te entrego la posibilidad de que tú puedas hacer dinero con tu obra intelectual", y esto es lamentablemente incorrecto. Claro que la ley de autor le funciona a Madonna y le funciona a Shakira, y hacen mucha plata con eso, pero hay un 99.99% de autores que no son parte de esa repartija de dinero, y eso no es porque el derecho de autor esté haciendo un cálculo equivocado sino que es porque la concepción que se maneja es la del autor romántico. Este autor atormentado que toca un piano de cola en un ático y compone durante las noches con una botella de whisky. Si ves el mundo que nos rodea, eso no tiene ningún sentido y lo que provoca son distorsiones.

– ¿Qué rol juegan las redes sociales en este sentido? ¿Cuál es el estatuto de la regulación ahí?

– Yo diría que las redes sociales generan jardines vallados de contenido que están sometidos a las reglas que el propio proveedor de la infraestructura y de la plataforma decide. En el caso de Facebook, es Facebook quien fija las reglas respecto de la titularidad de las obras intelectuales, de las formas de su circulación, etcétera. A mí me parece que esa es una tendencia peligrosa, pero el problema es que lo usan dos mil millones de personas. Hay algo ahí que está pasando. Aquí el derecho de autor no es un tema importante, se me ocurre más la libertad de expresión, censura, acoso… son temas mucho más relevantes, y que tampoco tienen respuesta en el marco de gobernanza de estos jardines cerrados. Lo que está subyacente en esa conversación es el rol que empresas privadas deben cumplir cuando se trata de servicios que al final tienen un carácter público. Hoy día es imposible pensar, no sé si lamentablemente o no, en métodos de distribución de contenidos de noticias sin pensar en una red que ingresan dos mil millones de personas. Y si es que eso es cierto, entonces la pregunta es: cómo nos aseguramos que esa manera en que se distribuye el contenido es la que estamos todo relativamente de acuerdo, si es que tenemos en cuenta que la gran mayoría de las personas eligen esa manera de informarse, pero no tenemos ni idea cómo es el algoritmo que se utiliza para determinar qué noticias ves en tu streamline y cuáles no. Hay una cuestión que excede el derecho de autor pero que tiene que ver con la misma pregunta: ¿de qué manera nos imaginamos, pensamos y gobernamos espacios que son privados pero que inciden en cuestiones públicas?

– Otro elemento para comprender este panorama es el de la vigilancia…

– Hay dos claves para analizar eso. La primera tiene que ver con lo económico. Algo que no se habla cuando uno conversa de este asunto, incluso entre conversos, es del dinero de internet. Hoy día, de las cinco más importantes de la bolsa de Nueva York, cuatro son tecnológicos. Y hoy en día, la forma que tienen Facebook y Google de hacer negocios es a partir de la información que nosotros, los ciudadanos, le entregamos a esas plataformas para que vendan los avisos que tienen que vender. Facebook y Google son principalmente empresas de publicidad. Eso hacen, ese es el modelo de negocios. No te ofrecen un servicio de correo, te ofrecen un servicio de correo gratuito mediante el cual aprenden a cómo poder enviarte publicidad mucho más dirigida a tus propios gustos y búsquedas. El otro día leí una estadística que de cada peso que se invierte en publicidad, 85 centavos se los lleva Facebook o Google. Esa es la concentración de mercado que existe, por eso la primera clave es hablar del dinero de internet porque creo que todavía no entendemos la tecnología como sociedad lo suficientemente bien como para entender esos detalles respecto del impacto de esas empresas en nuestro día a día. Y la segunda cuestión es que hoy día la internet se ha transformado en un aparato perfecto de vigilancia y espionaje de gente. Y no es que crea que la agencia de inteligencia esté mirando mis pasos y los mensajes que le mando a mi mujer, sino que la forma en cómo está construida la internet en términos técnicos es una herramienta perfecta para saber aquellos que terceros están haciendo todo el tiempo. En un principio las empresas ven esto para hacer negocios, pero también los gobiernos acaparan información de ciudadanos como nosotros para los efectos que el Estado determine más convenientes. Mientras todo eso pasaba, nosotros no pudimos decir mucho. No hay una regulación respecto de biometría o de tratamiento de información personal en internet, porque nuestras leyes en este tema datan del año 70,  y de alguna forma tratamos de adaptarlas. Este segundo punto es crucial cuando uno piensa en la experiencia que tuvimos como sociedad durante las dictaduras de los 70 donde las agencias de los gobiernos tenían un décimo de la información o de la posibilidad de obtener información que tienen hoy día. Si esta premisa es cierta, es necesario volver a pensar, y esta vez en serio, cuáles son los límites de la acción estatal respecto de la información personal que almacenan. No es porque no confíe en los gobiernos de turno o en los gobiernos en general sino porque tiene que haber un principio democrático. Cuando uno conecta la realidad tecnológica de la vigilancia con la realidad factual de los gobiernos de nuestros países, y además de nuestras experiencias históricas, la ecuación resulta bien tenebrosa porque no hay mucho que podamos hacer para que eso no suceda y que nuestra información caiga en manos equivocadas y pueda ser utilizada en un futuro para el chantaje de alguien, por ejemplo.

“El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo”

Paulo Coelho